Historia de Carhué: entre la memoria del agua, la llanura pampeana y la resiliencia de un pueblo

Introducción: la ciudad que dialoga con la memoria

Carhué es una ciudad que, a pesar de su tamaño, guarda en sí una historia que trasciende lo local y conecta con la identidad profunda de la Argentina. Situada en el oeste de la provincia de Buenos Aires, al borde del Lago Epecuén, ha sido testigo de encuentros indígenas y criollos, de procesos de inmigración, de épocas de esplendor turístico y de tragedias naturales que marcaron a generaciones enteras.

Hablar de Carhué es hablar de tierras pampeanas, de horizontes infinitos, de ganadería y agricultura, pero también de la fuerza del agua, que le dio fama mundial a través de las propiedades termales de Epecuén y que, al mismo tiempo, arrasó con una ciudad entera en 1985.

Este artículo ofrece una mirada panorámica a la historia de Carhué: sus orígenes, sus protagonistas, sus momentos de gloria y sus dolores, para que el lector extranjero pueda comprender no solo el pasado, sino también el presente de una ciudad que se reinventa constantemente.

Los orígenes: tierra de pueblos originarios

Mucho antes de la llegada de los europeos, la región que hoy ocupa Carhué estaba habitada por comunidades indígenas que formaban parte del amplio mosaico de culturas pampeanas y mapuches.

Estas comunidades se organizaban en torno a la caza, la recolección y el pastoreo. El lago —conocido por sus características singulares de salinidad— tenía ya un valor simbólico y práctico, pues ofrecía recursos naturales que enriquecían la vida de las poblaciones locales.

Los pueblos originarios transmitieron una cosmovisión en la que la naturaleza era sagrada y el agua ocupaba un lugar central. Esta visión, aunque en gran medida invisibilizada por el avance de la colonización, sigue resonando en la memoria cultural de la región.

La llegada de los colonos y la frontera pampeana

En el siglo XIX, la región de Carhué se convirtió en parte del escenario de la llamada frontera sur, donde las fuerzas del Estado argentino avanzaban sobre territorios habitados por indígenas. Fue un período de tensiones, alianzas y enfrentamientos que marcaron a fuego la identidad de toda la provincia de Buenos Aires.

La palabra "Carhué" proviene del mapudungun y significa "lugar verde" o "lugar de vegetación", testimonio del diálogo —a veces conflictivo, a veces integrador— entre las culturas originarias y los colonos criollos y europeos.

En 1876, se fundó oficialmente el pueblo de Carhué, en el marco de la campaña de expansión estatal hacia el sur. La fundación estuvo ligada a la necesidad de establecer puntos estratégicos de control, pero rápidamente derivó en el crecimiento de un núcleo urbano dedicado a la agricultura, la ganadería y los servicios básicos.

La inmigración: italianos, españoles y otros europeos

Como en muchas ciudades del interior bonaerense, Carhué recibió a fines del siglo XIX y principios del XX a inmigrantes europeos, principalmente italianos y españoles, aunque también llegaron alemanes, franceses y judíos.

Estos inmigrantes dejaron huellas profundas:

  • En la arquitectura, con casas de estilo europeo y edificios públicos.

  • En la gastronomía, con la incorporación de pizzas, pastas y dulces que se mezclaron con la tradición criolla.

  • En la vida cultural, con asociaciones, clubes sociales y bibliotecas populares.

La inmigración consolidó a Carhué como una ciudad con identidad plural, donde lo criollo y lo europeo se entrelazaron en un tejido social complejo.

El auge de Epecuén: turismo y modernidad

El siglo XX trajo consigo la transformación de Carhué en un destino turístico de relevancia nacional. El Lago Epecuén, con sus aguas hipersalinas, se convirtió en un imán para visitantes que buscaban alivio a diversas dolencias.

En 1921 se fundó la Villa Epecuén, a orillas del lago, que rápidamente se pobló de hoteles, balnearios, comercios y residencias de veraneo. Durante las décadas de 1930 a 1970, Epecuén vivió su época dorada: miles de turistas llegaban cada verano, atraídos por la promesa de salud y bienestar.

La villa fue escenario de una vida cultural vibrante, con cines, teatros, clubes y restaurantes que competían en calidad con los de las grandes ciudades. Para Carhué, significó un boom económico y cultural sin precedentes.

La tragedia de 1985: el agua que arrasó

El 10 de noviembre de 1985, una crecida del Lago Epecuén provocada por lluvias excepcionales rompió las defensas y cubrió por completo la Villa Epecuén. En cuestión de días, más de 1.500 personas tuvieron que abandonar sus casas, negocios y recuerdos.

La villa quedó sumergida bajo varios metros de agua salada. Durante dos décadas, solo las copas de los árboles muertos sobresalían, recordando la magnitud de la tragedia.

Para Carhué, la inundación fue un golpe devastador: se perdieron empleos, inversiones y el motor turístico que sostenía a gran parte de la economía local. Pero también fue el inicio de una historia de resiliencia.

El resurgimiento: memoria y turismo de ruinas

A partir de los años 2000, las aguas comenzaron a retroceder y las ruinas de Epecuén emergieron. Lo que en un principio fue dolor se convirtió en atractivo: fotógrafos, documentalistas y viajeros de todo el mundo llegaron para contemplar la ciudad fantasma.

Hoy, las ruinas de Epecuén son uno de los atractivos más impactantes de Carhué. Representan la fragilidad humana frente a la naturaleza, pero también la capacidad de reconstrucción.

La ciudad ha sabido resignificar esta tragedia, transformándola en un patrimonio cultural y turístico que atrae a visitantes internacionales.

La Carhué contemporánea: entre tradición y futuro

Hoy, Carhué se presenta como una ciudad que conjuga:

  • Turismo termal, con hoteles y spas que ofrecen servicios de calidad.

  • Turismo cultural, con festivales, ferias y una vida artística en expansión.

  • Turismo histórico, con las ruinas de Epecuén como símbolo.

  • Turismo natural, con avistaje de aves, paseos rurales y contacto con la pampa.

La historia de Carhué no es lineal ni simple: es un tejido de encuentros, pérdidas y renacimientos. El visitante extranjero que llega aquí encuentra una ciudad que lleva sus cicatrices con dignidad y que ofrece hospitalidad sincera a quienes buscan algo más que un destino turístico convencional.

Conclusión: una ciudad que enseña resiliencia

Carhué no es solo una ciudad argentina: es un símbolo universal de resiliencia. Su historia enseña que las comunidades pueden renacer tras la adversidad, que la memoria puede convertirse en patrimonio y que el agua, aun cuando destruye, también puede sanar.

Para el viajero internacional, recorrer Carhué es adentrarse en una narrativa profunda, donde cada calle, cada feria y cada ruina cuentan una parte de una historia mayor: la historia de un pueblo que aprendió a dialogar con la naturaleza y a reconstruirse una y otra vez.

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