Carhué y las aguas eternas: Historia, ciencia y mitos de sus termas

I. Introducción 

En el corazón de la provincia de Buenos Aires, allí donde el horizonte se funde con el cielo y el aire huele a historia, se encuentra Carhué, un rincón que guarda en su seno un tesoro líquido: las aguas termales del lago Epecuén. Este lugar, bendecido por la naturaleza y moldeado por siglos de convivencia entre el hombre y el entorno, se ha convertido en un destino único que despierta fascinación tanto en viajeros en busca de bienestar como en exploradores de lo insólito.

Llegar a Carhué es entrar en un paisaje donde el tiempo parece fluir de otro modo. El sol se refleja en las aguas salinas con destellos plateados que hipnotizan, mientras el viento lleva consigo un susurro ancestral, como si la tierra quisiera contar su historia. No es solo un balneario termal: es un punto de encuentro entre la ciencia, la memoria y la leyenda.

Las termas de Carhué no solo cautivan por su belleza. Sus aguas, ricas en minerales, han sido objeto de estudios que confirman sus propiedades terapéuticas, capaces de aliviar dolencias y revitalizar el cuerpo. Pero, más allá de los análisis y las cifras, hay un magnetismo intangible que atrae a quienes creen que en este espejo líquido habita algo más: un eco de antiguos secretos, una promesa de rejuvenecimiento que ha alimentado la imaginación de generaciones.

Este artículo es una invitación a recorrer el universo de Carhué desde tres miradas complementarias: la historia que nos habla de su origen y evolución, la ciencia que desvela el porqué de sus aguas prodigiosas, y los mitos que, como corrientes subterráneas, siguen fluyendo en la memoria popular. A través de estas páginas, el lector descubrirá que Carhué es mucho más que un destino turístico: es un territorio simbólico donde la realidad y la leyenda se entrelazan, donde el cuerpo encuentra alivio y el espíritu, un motivo para soñar.

II. Origen geológico y mineralógico de las aguas termales de Carhué

El misterio de las aguas termales de Carhué comienza mucho antes de que el primer ser humano las contemplara. Su origen se encuentra escrito en un lenguaje geológico que abarca miles de años, en un diálogo silencioso entre la tierra, el agua y el cielo pampeano. El lago Epecuén, epicentro de esta historia, es un espejo salino de formación natural que debe su singularidad a una combinación de procesos tectónicos, climáticos e hidrológicos que han trabajado de manera constante y paciente.

En la cuenca endorreica donde se ubica Carhué, las aguas de lluvia y de pequeños afluentes convergen sin un desagüe natural hacia el mar. Este encierro geográfico provoca que el agua, cargada de sales y minerales provenientes de los suelos y rocas de la región, se concentre cada vez más con el paso de las estaciones. A lo largo de siglos, la evaporación constante —potenciada por los intensos veranos y los vientos que barren la llanura— ha ido dejando tras de sí un cofre mineral invisible: sulfatos, carbonatos, cloruros y oligoelementos como magnesio, potasio, sodio y calcio, esenciales para la vida y, en este caso, aliados en la salud humana.

La particular composición mineral del lago Epecuén ha despertado la atención de científicos y médicos desde principios del siglo XX. Investigaciones han determinado que la densidad y salinidad de estas aguas rivalizan con las del Mar Muerto, lo que permite que los cuerpos floten sin esfuerzo y que la piel absorba, en un baño terapéutico, una combinación equilibrada de minerales beneficiosos. Estos elementos actúan de forma sinérgica para mejorar la circulación, desinflamar tejidos, aliviar dolencias reumáticas y favorecer la relajación muscular.

Pero el origen de esta riqueza no se explica solo por la acumulación superficial. Bajo la corteza de la pampa húmeda, corrientes subterráneas cargadas de minerales alimentan y renuevan la masa líquida, conectando el lago con un ciclo profundo y oculto. Algunos geólogos sugieren que los aportes subterráneos provienen de acuíferos milenarios, cuyas aguas, al ascender lentamente, arrastran consigo la memoria mineral de antiguos mares que cubrieron la región en eras pasadas.

Este linaje geológico convierte a Carhué en un lugar privilegiado. No se trata simplemente de un recurso natural explotable, sino de una obra maestra de la naturaleza, afinada por miles de estaciones y preservada gracias al equilibrio entre las fuerzas de la tierra y el clima. Las termas de Carhué no son, por tanto, un accidente geográfico: son el resultado de una larga historia natural, escrita en capas de sedimentos y gotas saladas, que nos recuerda que la tierra tiene su propio modo de crear milagros.

III. Historia del descubrimiento y desarrollo como destino termal

Antes de que las aguas de Carhué fueran estudiadas por geólogos y médicos, ya eran conocidas y valoradas por quienes habitaban estas tierras. Los pueblos originarios de la región, especialmente los mapuches y ranqueles, conocían el lago Epecuén y lo utilizaban con fines prácticos y medicinales. Para ellos, este cuerpo de agua no solo era una fuente de recursos, sino un lugar sagrado, dotado de un "espíritu" sanador que debía ser respetado. Hay relatos orales que describen cómo las comunidades llevaban a los enfermos a sumergirse en sus aguas para aliviar dolores o curar afecciones de la piel, interpretando su salinidad y temperatura como señales de un don natural concedido por fuerzas superiores.

La llegada de los colonizadores y, más tarde, el avance del ferrocarril a finales del siglo XIX marcaron un punto de inflexión. El territorio de Carhué comenzó a integrarse más activamente a las redes económicas y sociales del país. Fue entonces cuando las propiedades únicas de las aguas saladas empezaron a llamar la atención de viajeros, exploradores y cronistas. Algunos informes iniciales, publicados en periódicos y revistas de la época, las describían como "aguas milagrosas" capaces de devolver movilidad a las articulaciones rígidas y de sanar heridas crónicas.

El primer gran impulso para su desarrollo como destino termal llegó en las primeras décadas del siglo XX, cuando médicos y científicos locales comenzaron a documentar sus beneficios terapéuticos. Los estudios realizados destacaban que la alta concentración salina, combinada con una temperatura templada y estable, tenía un efecto antiinflamatorio natural. Esto llevó a que familias de distintas partes de Argentina, e incluso de países vecinos, emprendieran largos viajes para experimentar sus propiedades curativas.

Con el auge del turismo termal en los años 1920 y 1930, Carhué y, en particular, la villa Epecuén, se transformaron en un centro de atracción nacional. Hoteles, balnearios y centros de salud comenzaron a poblar la orilla del lago, ofreciendo tratamientos que combinaban baños prolongados, masajes y reposo. Algunos de estos establecimientos llegaron a ser lujosos para la época, atrayendo a figuras destacadas de la política, el arte y la sociedad. La villa Epecuén se ganó el apodo de "la Mar del Plata pampeana" por su afluencia de turistas y su vida social activa.

La historia, sin embargo, también guarda un capítulo dramático. En 1985, una crecida inusual del lago, provocada por lluvias excepcionales y fallas en el manejo hidráulico, rompió los diques y anegó por completo la villa Epecuén. La inundación cubrió hoteles, comercios y viviendas, obligando a su abandono total. Por años, el destino termal quedó sumergido bajo las aguas, y con él, una parte importante de la memoria local.

Cuando las aguas comenzaron a retirarse lentamente en la década de 2000, emergió un paisaje fantasmagórico: ruinas cubiertas de sal, calles quebradas y estructuras corroídas por el tiempo y el mineral. Lejos de significar el fin, este renacimiento parcial atrajo un nuevo tipo de turismo: viajeros interesados en la historia, fotógrafos, aventureros y curiosos que veían en Epecuén un testimonio único de resiliencia frente a la naturaleza.

Hoy, Carhué combina su legado termal con la memoria de aquel desastre, ofreciendo al visitante no solo un espacio de bienestar, sino una historia que une tradición indígena, esplendor turístico, tragedia y renacimiento. Es, en definitiva, un destino donde el agua no solo cura, sino que también narra y recuerda.

IV. Propiedades terapéuticas documentadas y su uso en la medicina tradicional y moderna

Las aguas termales de Carhué, provenientes principalmente del lago Epecuén, han sido objeto de interés médico y científico durante más de un siglo. Su singular composición química, combinada con factores ambientales y climáticos, les otorga propiedades que han sido validadas tanto por la tradición popular como por estudios clínicos.

Desde un punto de vista físico-químico, estas aguas presentan una salinidad extremadamente elevada —casi diez veces superior a la del océano—, compuesta por una alta concentración de cloruro de sodio, junto con minerales como calcio, magnesio, potasio y sulfatos. Este cóctel mineral crea un medio hipersalino que no solo impide el desarrollo de microorganismos patógenos, sino que además produce un efecto natural de flotación, facilitando la relajación muscular y la disminución de la tensión articular.

En medicina tradicional, los baños prolongados en aguas termales saladas han sido recomendados para tratar dolencias reumáticas, problemas de circulación y afecciones dermatológicas como psoriasis, dermatitis y eccemas. En Carhué, este uso popular se remonta a los primeros pobladores, que observaban cómo el contacto repetido con el agua aliviaba inflamaciones y aceleraba la cicatrización de heridas. Este saber empírico fue transmitido de generación en generación, integrándose al acervo cultural local.

A nivel científico, investigaciones realizadas desde la década de 1920 por médicos argentinos demostraron que la combinación de temperatura templada (alrededor de 30 °C) y alta densidad salina favorece la vasodilatación periférica, mejorando el flujo sanguíneo y reduciendo la rigidez en músculos y articulaciones. Estos hallazgos impulsaron el desarrollo de balnearios especializados, donde los tratamientos incluían hidroterapia, masoterapia y ejercicios suaves en el agua para rehabilitación física.

En la actualidad, clínicas y centros de bienestar en Carhué continúan aprovechando estos beneficios, combinando técnicas tradicionales con enfoques modernos como la fisioterapia, la talasoterapia y programas integrales de relajación y mindfulness. Además, el entorno natural, caracterizado por un clima seco y soleado durante gran parte del año, contribuye a potenciar los efectos terapéuticos al ofrecer un ambiente libre de humedad excesiva y con buena oxigenación.

No menos importante es el aspecto preventivo: visitantes que no presentan patologías específicas también acuden a las termas para fortalecer su sistema inmunológico, mejorar la calidad del sueño y reducir los niveles de estrés. El simple hecho de flotar en las aguas densas, sintiendo la ligereza del cuerpo y la quietud del paisaje, se convierte en una experiencia meditativa que aporta equilibrio emocional.

En síntesis, las aguas de Carhué no son solo un recurso natural de interés turístico, sino un patrimonio terapéutico de valor universal. Su singularidad radica en combinar un legado ancestral, validado por la ciencia moderna, con un entorno que invita a la sanación integral del cuerpo y el espíritu.

V. Relatos y creencias populares sobre las "aguas que rejuvenecen" y leyendas transmitidas por generaciones

La historia oral de Carhué está impregnada de relatos en los que las aguas termales son mucho más que un fenómeno geológico: son un don misterioso, un regalo que la tierra entrega para proteger y sanar a quienes la habitan. Estos relatos, transmitidos de abuelos a nietos, han tejido un imaginario colectivo en el que la ciencia convive con lo mágico y lo sagrado.

Entre las narraciones más antiguas se encuentra la de los pueblos originarios que habitaron la región mucho antes de la llegada de los colonizadores. Se dice que los antiguos pampas y mapuches conocían las propiedades curativas del lago Epecuén y lo consideraban un "espejo sagrado". Ciertas tradiciones afirman que las aguas se formaron tras la caída de una "lágrima celestial" que, al tocar la tierra, convirtió la sal en medicina. Guerreros heridos en batalla eran sumergidos en sus aguas, y tras días de reposo, regresaban fortalecidos, como si el lago les hubiera devuelto no solo la salud, sino una nueva energía vital.

Ya en tiempos más recientes, circula la leyenda de una mujer llamada Doña Clara, vecina de Carhué en las primeras décadas del siglo XX. Según cuentan, padecía un reumatismo severo que le impedía caminar. Desahuciada por los médicos, comenzó a visitar el lago cada amanecer. Durante semanas, se la veía entrar lentamente al agua, con pasos vacilantes, y permanecer flotando en silencio. Un día, para asombro de todos, regresó caminando sin ayuda al pueblo. Ella juraba que no fue un milagro divino ni una cura médica, sino la voluntad del lago de "devolver lo que había tomado".

Otra historia popular es la de "Las Novias del Epecuén", un mito que habla de jóvenes que, al sumergirse la noche anterior a su boda, emergían con una belleza resplandeciente, como si las sales hubieran pulido su piel y avivado su mirada. Esta creencia aún persiste de forma lúdica, y no son pocas las parejas que visitan las termas buscando "bendecir" su unión en un baño compartido.

También existe la superstición de que el lago guarda un espíritu protector, apodado "El Guardián Salino". Algunos pescadores y bañistas aseguran haber sentido una corriente cálida envolverlos en momentos de peligro, guiándolos suavemente hacia la orilla. Si bien no hay evidencia tangible, estas vivencias han reforzado la idea de que las aguas de Carhué poseen una conciencia propia, que distingue a quienes llegan con respeto y devoción.

Hoy en día, estos relatos forman parte de la identidad cultural de Carhué. Guías turísticos y lugareños los comparten con los visitantes, no solo como anécdotas pintorescas, sino como una forma de transmitir el vínculo emocional y espiritual que la comunidad mantiene con sus termas. Así, el viajero no solo experimenta el calor de las aguas, sino que se sumerge en una tradición viva, donde el límite entre la historia y la leyenda se diluye como la sal en el agua.

VI. Conclusión y proyección turística-cultural

Carhué no es únicamente un destino termal: es un punto de encuentro entre la historia, la ciencia y la imaginación humana. Sus aguas, nacidas de procesos geológicos milenarios, han sido testigos del paso de culturas, del surgimiento de relatos que hoy son patrimonio oral, y de la transformación de un territorio que supo convertir su riqueza natural en motor de identidad y desarrollo.

El visitante que llega a Carhué no se encuentra solo con un balneario; se sumerge en un paisaje que es, al mismo tiempo, medicina y metáfora. Medicina, porque las propiedades terapéuticas de sus sales y minerales están respaldadas por décadas de estudios y experiencias clínicas. Metáfora, porque el lago y las termas representan la capacidad de renacer, de recomponerse incluso después de las tempestades más duras, como lo hizo el propio pueblo tras las inundaciones y la recuperación del turismo.

En términos culturales, Carhué se proyecta como un epicentro del turismo de bienestar con un fuerte anclaje en la identidad local. El rescate de sus leyendas, la promoción de su gastronomía regional, la integración de artesanías y productos derivados de sus recursos naturales, y la oferta de experiencias auténticas —como baños nocturnos, caminatas guiadas por las ruinas del antiguo Epecuén y charlas con vecinos que vivieron su esplendor y su tragedia— enriquecen la experiencia del viajero y fortalecen el tejido económico de la comunidad.

Desde una perspectiva estratégica, Carhué está en condiciones de posicionarse internacionalmente como destino termal premium en Sudamérica. El avance de las plataformas digitales permite que sus historias, su belleza natural y su oferta turística trasciendan fronteras, atrayendo tanto a quienes buscan salud y relajación como a quienes desean comprender la esencia cultural de un lugar único.

La clave para su futuro radica en mantener el equilibrio entre desarrollo y preservación: invertir en infraestructura turística de calidad sin perder el encanto del trato personal, proteger sus aguas y ecosistemas mientras se incrementa su difusión, y seguir alimentando ese imaginario colectivo que convierte a las termas en algo más que un recurso natural: en un símbolo de vida, esperanza y renacimiento.

Visitar Carhué es aceptar una invitación que viene de muy lejos en el tiempo, una llamada a sumergirse en un agua que no solo relaja el cuerpo, sino que despierta el espíritu. Y para quienes decidan responder a esa llamada, el lago Epecuén seguirá abriendo sus brazos salinos, dispuesto a contar, entre burbujas y reflejos, las historias que la ciencia explica y la tradición guarda con celo.

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